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VINAGRE Y ROSAS (Joaquín Sabina, 2009)

Artista: Joaquín Sabina (B)
Fecha de Grabación: Jul – Sep 2009
Fecha de Lanzamiento: 17 de Noviembre, 2009. ESP.
Discográfica: SONY, BMG
Productor: Pancho Varona, Antonio G. de Diego, José Antonio Romero y J. Sabina.
Calificación: 
7

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Era: Trova y Cantautores (1970-???)

Subgénero: Trova y Cantautores 

Mejor Canción: Tiramisú de Limón

Canciones: 1) Tiramisú de Limón; 2)Viudita de Clicquot; 3) Cristales de Bohemia; 4) Parte Meteorológico; 5) Ay! Carmela; 6) Virgen de la Amargura; 7) Agua Pasada; 8) Vinagre y Rosas; 9) Embustera; 10) Nombres Impropios; 11) Menos Dos Alas; 12) Crisis; 13) Blues del Alambique; Bonus Track: 14) Violetas Para Violeta.

Decente regreso de Sabina!!!! (Aplausos y caravana). Joaquín superó un poco sus dos discos anteriores (Diario de Un Peatón, 2003 y Alivio De Luto, 2005), que lucieron bastante desangelados y sin ganas. Corrección, los tres anteriores, si contamos el dueto con Serrat en el Dos Pájaros de un Tiro, del 2007. Así, sin temor a equivocarme, puedo decir que este es el mejor trabajo del Flaco desde el Dímelo en la Calle del ya lejano 2002, aunque aún lejos del nivel que le conocimos en los 90’s. Y eso es algo que se puede apreciar desde la primer oída.

Vinagre y Rosas representa un regreso en toda la extensión de la palabra. Hacía tiempo que los discos de Sabina sonaban desabridos, sin ganas. Por la historia reciente de Sabina se entiende: durante el proceso del Dímelo en La Calle le vino el “marichalazo”, como él llama al infarto cerebral que sufrió en 2001, que casi lo mata. El episodio no le dejó consecuencias graves, como parálisis o algo así, pero por un lado ahora sí se vio forzado al menos a bajarle a los excesos con la cocaína, el alcohol, las fiestas trasnocheras que tanto le gustaban, y en pocas palabras, el estilo de vida en el que basaba sus maravillosas letras; y por otro lado, esto mismo lo condujo a una depresión aplastante que lo alejó algún tiempo del estudio y de las giras. Se decía que estaba acabado, y a manera de respuesta lanzó los discos mencionados.

Lo cierto es que sí decepcionaron bastante. Sabina lucía perdido, aferrándose con uñas y dientes a su estilo original, pero sin musa, sin ese aire arrabalero, sin el cinismo natural (suena siempre forzado) y el resultado es que escuchamos un Sabina hueco, como tratando de convencerse a sí mismo más que a nosotros que aún podía hacer música. Y tampoco es que dichos álbumes sean pésimos, simplemente hay muy pocas canciones que realmente destaquen y llamen la atención, y la mayoría podrían ser meros rellenos en cualquiera de los grandes discos noventeros, salvo dos o tres rolitas apenas destacables. Tan es así, que las únicas rolas que recuerdo de nombre son “Números Rojos” y “Ay! Rocío”. Por un lado entiendo perfectamente la postura de Sabina. Quién no habría hecho lo mismo? Qué importa lo que diga el mundo y la crítica: si he perdido la mitad de lo que conformaba mi vida, voy a seguir haciendo la otra mitad que es la música y las letras.

Afortunadamente las cosas cambiaron ligeramente con el Vinagre y Rosas. Sabina suena más seguro, suelto, el disco fluye más fácil, tiene algunos matices rockeros que se habían perdido por completo en los anteriores, las letras son incisivas, con el arreglo delicioso de metáforas e imágenes, y esta vez sin caer en la saturación tipo lista del mandado, y lo mejor de todo, el cantautor y la misma banda parecen estar disfrutando el hacer música y lo transmiten, sin conformarse con hacer música nomás por hacerla. Ya no suena a un disco por compromiso, ya sea propio o con terceros. Además recuerdan cómo hacer ganchos y jugar con los tiempos para que las canciones funcionen independientemente y sean memorables, y a la vez el álbum suene a una unidad y tenga identidad propia.

Una cuestión que resalta es que no regresa a los temas de cantina, a las fiestas de toda la noche, la infidelidad y los excesos como fuente de inspiración. El mismo Joaquín comentó que su estilo de vida había cambiado drásticamente, que estaba enamorado de su novia, se había vuelto más hogareño, portándose bien y de alguna forma, “más aburrido” a comparación del Sabina desbocado que conocíamos. “No soy un suicida”, dijo. Y las letras en el Vinagre y Rosas no son una impostura hablando de algo que ya no le inspira, sino que lucen maduras, más propias de sus “50 y diez”, como él mismo diría. Quizá no demasiado diferentes de los dos anteriores discos, pero se nota una mejora en la manufactura y la diferencia quizá radique en que ahora parece haberse acostumbrado, disfrutarla y eso da una chispa menos cansina que los discos previos, donde se le nota la amargura hasta en las portadas. Por cierto, que aquí basta ver la tapa del disco para lanzar una sonrisa con ese Sabina juguetón.

Así pues, el disco se puede definir como hermoso, a diferencia de las etiquetas de aburrido que tienen los mencionados. Este es un álbum melódico y melancólico, y toma de nuevo el desamor como columna vertebral, logrando esos juegos de palabras de primera calidad a que nos tenía acostumbrados y que enganchan al escucha, a veces por encima de la instrumentalización, haciendo que el disco fluya muy bien. Por eso digo que tiene al menos el mismo nivel que el Dímelo en la Calle. Sin embargo al mismo tiempo, viene siendo la otra cara de la moneda de dicho álbum. Me explico: en el Dímelo en la Calle Sabina suena desbocado, más arrabalero que nunca, con un par de temas que no son obscenos, pero son quizá los más explícitos y pícaros de su discografía, como “69.G” y “Ya Eyaculé” (que son de los que más me gustan de dicho disco). En este nuevo álbum suena con el mismo nivel lírico, pero con un giro de 180°, y de no conocer su vida personal diría que con freno de mano. No hay esa picardía y descaro; las letras son más asentadas, dándose cuenta de que ya no es un treintañero, pero reconociendo a un nivel decente esta etapa de “madurez” en la que parecía no terminar de acomodarse hasta ahora. Resumiendo, ahora sí salió de su luto por sí mismo.

 

Para lograrlo, Joaquín se dio cuenta de que debía pedir ayuda. Y eso también refleja la madurez a la que está llegando (Por fin!!!). Para el disco no sólo contó con la ayuda de sus colaboradores de siempre, Panchito Varona, Antonio García de Diego como sus brazos derechos en guitarras y arreglos, y Pedro Barceló en la batería, que ya se puede decir que es la banda de cabecera. En esta ocasión El Flaco pudo reconocer que no sabe hacer historias de amor feliz. Por otro lado no tenía su habitual inspiración en la vida nocturna, y su vida sentimental iba viento en popa con su novia, por lo que tampoco podía hacer canciones de desamor, que según él son canciones de amor tristes, tema en que es experto. Así que tuvo que pedir prestada inspiración a au amigo Benjamín Prado, con quien se fue a Praga unos días con la intensión expresa de sentarse a escribir los temas de este disco. Y funcionó de manera milagrosa! Prado acababa de romper una relación sentimental y andaba en la calle de la amargura (o en la calle melancolía), por lo que Joaquín, en parte para ayudar a distraer a su amigo, en parte como ayudarlo a lograr una catarsis y cierre a través de las letras y en parte para tomar prestado ese mood melancólico que el carecía, lo invitó a Praga y exorcizaron demonios a través de la pluma, en ocasiones discutiendo, como el mismo Benjamín Prado ha dicho, pero como resultado salieron excelente canciones. Las letras contienen lo mejor del estilo de Sabina, pero gracias a la colaboración, carecen de algunos de sus vicios comunes, y podemos decir que en una semana lograron lo que había estado atorado durante 7 años. Además, en el aspecto musical, Joaquín buscó mas juventud, frescura y potencia con el apoyo del grupo Pereza en algunas canciones, notablemente las más rockeras del disco. Sin rockear como AC/DC, le inyectan una frescura y juventud al disco que no se había visto en trabajos anteriores. Y no es que Varona y García de Diego no rockeen cuando quieren, lo han hecho muy bien en rolas como “Conductores Suicidas”, pero de una manera muy sofisticada, mientras que Joaquín supongo que deseaba un sonido más fresco y ligeramente más crudo. Por otro lado, en las canciones en las que participa la banda regular, lo hacen muy bien, con arreglos exactos, emotivos, construyendo las atmósferas perfectas para los poemas de Joaquín, por lo que logra un muy buen equilibrio musical.

 

El disco abre con “Tiramisú de Limón”, que es la mejor del disco. En esta la música estuvo a cargo de Pereza, con un destacado papel. No es un rocker precisamente, de hecho empieza con cierto aire bonaerense, minimalista, con un Sabina prácticamente platicando las letras, que por otro lado, considero más honestas y a la vez paliativas que aquéllas que suponían luto: “Hice un solo desafinado con las cenizas del amor, las verbenas del pasado gangrenan el corazón…”. Revelador y con el corazón en la mano. Después van suponiendo el desamor de Prado, en ese personaje mutuo que construyeron al escribir en sociedad y se vuelve en una rola de desamor de las del mejor nivel. Al minuto 1, con la ingeniosa frase “tanguita de serpiente” la canción entra en un mayor ritmo, retomando el acordeón (bandoleón?) que da un aire bonaerense o parisino. La canción se vuelve más rítmica y con una excelente armonía vocal. Entre recordando sus propios andares y conjugando con el desamor de Benjamín. El coro es juguetón, destacando las guitarras rítmicas, los juegos de voces al fondo, y la armonía pegajosa como chicle, funcionando a la perfección. El riff de acordeón se va repitiendo como gancho a lo largo de la canción, y hasta tenemos un buen solo, un poco salvaje para los estándares del Flaco al 2:45. Y como resultado tenemos una gran rola, que a la vez recupera la profundidad y filo sabinesco mientras que también puede funcionar como un éxito de radio. Yo creo que estamos ante un potencial clásico de Sabina, de esos que van a entrar en los recopilatorios en unos 20 años. Al final uno termina tarareando todo el día ese “TÍra-musúdeli-MÓN…” o “DON-decrees que-VAS” y no es queja.

Sigue “Viudita de Clicquot”, una canción netamente autobiográfica. Se tarta de una canción lenta, en que va dando pinceladas muy literarias de cada época de su vida, de una manera más madura y contemplativa que en ocasiones anteriores: “Con sesenta qué importa la talla de mis Calvin Klein”. La armonía vocal y la musicalización son un poco repetitivas, pero van saliendo ganchos que logran que la canción funcione un poco, como la guitarra haciendo arreglitos por todos lados, o la orquestación un poco beatlesca con trompetas y orquesta, logrando que un coro que en escencia es débil logre un efecto majestuoso. No es una gran canción en particular, incluso pensé en marcarla en azul, pero esos detalles hacen que funcione bien, además de que me gusta la letra y la revelación que se hace a sí mismo Joaquín en la línea que cierra.

“Cristales de Bohemia” es un delicioso retrato de esa ciudad a la que fueron Prado y Sabina en busca de inspiración. “Vine a Praga a romper esta canción”. La canción tiene un acompañamiento mínimo de un pianito, que crea un ambiente muy íntimo y nostálgico, ese agradecimiento a la ciudad que lo regresó a la vida musical. Y ya sabemos que Sabina tiene una fijación de agradecimientos geográficos muy amplia. Me gustan las imágenes que logra, así como la musicalización, mínima, pero evocando también sonidos de Europa Oriental. Al 3:40 sale un recurso que hacía mucho no recordaba escucharle, que es el subir un tono. En fin, el mérito de esta canción es totalmente lírico. No va a ser un clásico como “Pongamos Que Hablo De Madrid” pero es una canción muy cute y bien hecha.

“Parte Meteorológico” es mucho más rítmica y lúdica, con las guitarras haciendo excelente arreglos de principio a fin, desde ese riff intro, luego las cuerdas rascadas cuando empieza la voz, pasando cada vez a una mayor complejidad. Siendo honestos, yo me perdí en las primeras oídas en estas guitarras y fue solo prestando mucha atención a la voz que pude centrarme en las letras. Sin duda los arreglos de guitarra destacan y se llevan la canción, pero en la producción quizá debieron notarlo y bajarle un poco para que no opacaran la voz. Al seguir las letras me entusiasmaron bastante. Es un Sabina juguetón como el ritmo y la guitarra, haciendo gala de su ingenio y dominio de la pluma, jugando en los coros además con una melodía pegajosísima: “A E I O U, a mi boda fueron todas menos tú…”. Me recuerda mucho a “All Together Now” de los Beatles, sólo que mucho mejor lograda. Buena letra, un excelso trabajo de guitarra, un ritmazo, y ganchos a diestra y siniestra ¿Qué más podemos pedir?

La quinta canción es “Ay! Carmela”. Joaquín dice que una noche se sentó y escribió dos canciones de una sentada. Una para cada una de sus hijas, Carmela y Rocío. “Ay! Rocío” fue incluida en el Alivio de Luto, y es de las más destacables del disco, pero se negó a añadir la dedicada a Carmela, la menor, porque “Iban a confundir el disco con uno de Julio Iglesias” según dijo él mismo. Por tales motivos, esta canción llevaba tiempo en papel y es 100% de Joaquín. Como era de esperarse, es de las más emotivas y personales, y casi se le adivina el temblor en la boca al cantarla. La música, a diferencia de el tono pícaro de “Ay! Rocío” es delicada, juguetona, como si su hija tuviera apenas 5 y no 20 años. Y termina siendo exquisitamente conmovedora: “Y no sé de qué modo, dejar de adorarte, sin duelo, entre nunca y quién sabe… Cuando quemes tus naves, no me pierdas las llaves del cielo” y la mejor frase que he leído que un padre le dedique a una hija: “Te mereces un novio poeta”. La música es minimalista, que termina resaltando esa aura super íntima, esa faceta tan desconocida de Joaquín-padre, y desnudándose de una manera más efectiva incluso que en “Viudita...” y otras rolas autobiográficas. Nuevamente los arreglos precisos de Varona y García de Diego son quizá discretos y pudieran pasar desapercibidos, pero sirven para crear la atmósfera más perfecta para este exquisito poema.

Sigue “Virgen de la Amargura” con una instrumentación hipnótica, basada en un arpegio acústico con aires folk, sobre el que se agregan arreglos de violines gitanos, solos de harmónicas y unos guitarrazos eléctricos bastante potentes que logran hacer una canción buena en cuanto a música. Las letras nuevamente son reveladoras. Bien pueden ser un reproche a la mujer tras el quiebre, pero saben qué? Sospecho que esta letra es más de Sabina que de Prado, y que la “Virgen de la Amargura” también se llama “Blanca Nieves” con lo que las letras cobran un nuevo sentido, y se llevan el mayor mérito de la canción. Al final hacen referencia a “Norwegian Woods” de los Beatles, quizá sin un propósito específico, pero queda.

Después llega “Agua Pasada” con una guitarra densa, medio bluesera, que abre con un riff acuoso que hace honor al título. Después la canción toma diferentes matices, por momentos suena a ranchero, para luego insertar una guitarra tipo mandolina que le da un aire griego, y al fondo se oyen unos guitarrazos distorsionados muy matizados. Al :55 se oye al fondo un ligero efecto, apenas perceptible, precisamente cuando repite el título, como si cayera un aguacero dentro de nuestras cabezas. Sin destacar demasiado, es una buena canción.

Con “Vinagre y Rosas” el gusto de Sabina por el ranchero mexicano se hace más evidente desde el inicio. Desgraciadamente me parece que utiliza este recurso de manera bastante genérica, repitiendo apenas el riff inicial, sin ahondar demasiado en el género, que además esta vez no encajan del todo con la atmósfera global de las letras. La pluma de Joaquín esta vez me parece que se queda a medio camino. “La canción que estoy cantando, empieza en otras canciones…” y ciertamente no nos sorprende mucho y parece usar recursos que ya había utilizado. Por lo mismo, la canción que da título al disco me parece irónicamente, la más débil del mismo.

Afortunadamente sigue “Embustera” para sacarnos de letargo. Este fue otro de los experimentos con Pereza. Y la ironía es que precisamente parece sacudirse la pereza para hacer un rocker que funciona perfecto, muy rítmico, guitarras que hacen trucos con el slide y los pedales, guitarreos acústicos al fondo, juegos de voces y un coro pegajosísimo y potente. Los solos de Pereza no son la quinta maravilla, pero se notan a luces más frescos y atrevidos, entre Harrison (el solo al 3:20 es una franca oda a Harrison, muy del estilo de “Números Rojos” del disco anterior) y Rolling Stones (con esos guitarrazos a la Richards), quedando muy bien en el ritmo semirápido de la canción. No es el estilo propio de Sabina, pero suena endiabladamente bien este experimento.

“Nombre Impropios” retoma la atmósfera nocturna y de cabaret, mezcla de jazz con swing, con pianitos, saxos y oboes. Excelente atmósfera y aplausos a Varona y García de Diego, que muestran su calidad como músicos y arreglistas. Los versos son un poco flojos, pero los coros me parecen magníficos por los juegos de tonos y melodías vocales: “Ya ves, llegar a fin de mes no era con ella asunto de dinero. Se trataba más bien de merecer un tren de pasajeros, el tsunami de un mar hecho mujer, dispuesto en cada ola a renacer. Se llamaba Herejía, cómo voy a saber si me engañaba cuando me mentía …” este fragmento merece un monumento, a pesar de que el resto de la canción suena un poco floja y forzada en el fraseo.

Después llega “Menos Dos Alas”, un homenaje al poeta Ángel González. La canción tiene aires flamencos, y no soy precisamente fan de los experimentos de Joaquín con este género, pero de nuevo los coros salvan totalmente la rola. No conozco la obra del poeta fallecido en 2008, pero de alguna manera no me convencen del todo estas letras, como que se quedan a medio camino en el homenaje. La canción se salva sólo por ese coro juguetón, melódico y tan bien construido, aunque al final vuelve a tomar esa atmósfera de “Ratones Coloraos” que tanto deploré.

Afortunadamente llega otra combinación con Pereza. “Crisis” es quizá la canción más potente y dura no sólo del disco, sino de toda la discografía de Sabina. Guitarras bien construidas, un riff fuerte sin llegar a ser destructivo, suena a un Hardrock hecho y derecho (casi metal, lo único que le hace falta hacer al Flaco), resultando otra de las mejores del disco. La letra recurre de nuevo a las enumeraciones infinitas de Sabina, entre lúdico y en serio, haciendo referencia a la crisis global, la crisis de los cincuenta y diez y cualquier tipo de cisis, de manera bastante ingeniosa y divertida, incluso autoparodiándose, aunque insisto, con sus dosis de seriedad y crítica: “Crisis en el cielo, crisis en el suelo, crisis en la catedral. Crisis en la cama, cada sueño un drama, un euro es un dineral.” Muy buena rola, dándonos cuenta de la capacidad de Sabina para reinventarse y de que esta nueva sociedad con Pereza fue un experimento exitoso.

En “Blues del Alambique” llega el Joaquín más oscuro y amargo del álbum. La guitarra también suena densa, con bases blues, sin mayores arreglos, pero con un bajeo marcado y que dota de una especie de ansiedad en el fondo. Esta vez es Álvaro Martínez Maluquer quien con su guitarra logra hacer tanto con tan poco, poniéndose a jugar con las estructuras y haciendo un solo enorme, aún con la carga de negrura del resto de la canción. Otra vez hacia el final hace referencias a sus canciones anteriores, pero en sí la letra es buena.

El Bonus Track que está encargado de cerrar el álbum es “Violetas Para Violeta”, un tributo a Violeta Parra, con un buen riff muy bluesero, pianitos haciendo arreglos de arrabal y nuevamente la pluma de Joaquín al mejor nivel. A pesar de ser un poco repetitiva y no tener demasiadas variaciones, es una buena canción a secas.

 

En fin, este es un buen regreso a secas de Sabina. Muchos dicen que es blando, pero yo creo que es más maduro. Por momentos se muestra muy personal e íntimo, en otros recobra ese aire lúdico, en otras la asociación con Pereza lo hace sonar más potente y fresco de lo que lo habíamos escuchado en discos anteriores. Lo cierto en que Joaquín Sabina tiene la virtud de transmitir en su obra su estado de ánimo, y en esta ocasión, a pesar de seguir en un tenor de desamor, se percibe un Sabina positivo y recuperado, con gusto verdadero de hacer música. Sin duda no está al nivel de 19 Días y 500 Noches o el Física y Química, pero creo que al menos es su mejor álbum desde el 2002, con la virtud de que esta vez está con los pies en la tierra y a un nivel decente que muchos creímos que no recuperaría, por lo que lo podríamos nominar al regreso más sorprendente del año. Felicidades Don Joaquín, este es su verdadero alivio de luto! Este es regreso del Sabina que da gusto escuchar!!!

 

 

Por Corvan

4/Dic/2009

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